LA OBRA DESPUÉS DEL OLOR

(Una aproximación inodora a Cachilo)




Y que la primera hipótesis sea ésta: Cachilo es un objeto repelente, incompatible. Así, lo mejor sería escaparle por un momento al entrañable operativo ternura que suele montar cierta cultura oficial rosarina. Un croto no es tu igual, lector; no es tu compañero, no es tu hermano. Cachilo no es Baudelaire. De Baudelaire a su lecteur, según el famoso poema que empieza Las Flores del Mal, se entabla algo así como una relación de paridad: de hipócrita a hipócrita. Aún cuando Baudelaire fue un poeta, ejemplar incluso y fundador, de la desublimación, del desengaño, del desencanto, de la sospecha. Baudelaire era un poeta, ya lo era y terminó siendo una imagen canónica, un modelo, un formato a servir de vara para cierta pose social del poeta. Baudelaire era un burgués, un dandy, probablemente casi un lumpen. Urbanamente era un flaneur, que no es lo mismo que un croto. En este caso, el de uno y Cachilo, la relación – al menos para quién está escribiendo esto (que no soy yo) - es más incógnita. Hay una opacidad. En la relación entre Cachilo y sus lectores o espectadores se rompe esa interactuación bodeleriana. Los lúmpenes, los pequeño-burgueses, los obreros, los funcionarios de la municipalidad, los profesionales, políticos y artistas de una manera están en otro lado: del otro lado.

En el caso de Cachilo que haya dos asuntos. Primero el de la mendicidad, el del estatuto del linyera. Segundo el del artista bruto, o mejor el arte bruto. Es más difícil aceptar que la obra de Cachilo no sea arte que aceptar que Cachilo no sea un artista. En principio la obra gráfica, pictórico-literaria de Cachilo no deja mucha escapatoria. Ahora debe de resultar casi inevitable que sea juzgada como “una obra artística”. De un linyera, un croto, cuya relación con su obra es en principio inescrutable o enigmática. No es la de un artista normal.


Como yo no sé pero cualquiera sabe: un croto es urbanidad pura, y urbanidad pura sin nomos. Vive casi afuera de todas las normas, casi. Más bien vive afuera de la vergüenza y el prestigio, de la lucha por el rango en la posesión de capital económico o simbólico, monetario artístico o de mujeres. Lo mismo: hay algo griego en Cachilo, algo de Sócrates o de Diógenes, sin fondo teórico conocido. Hay una politeia. Hay una cosa política en él, tanto en el sentido del gran estado –moderno– como de la ciudad; hay algo político urbano y local –una referencia presente a Rosario– y algo político épico y nacional –una referencia a la Nación Argentina y a lo “crioyo” (lo escribía con y)-.

Entonces: la mayor distancia problemática y transgresiva que puede establecer un artista croto es la que confiere el olor. Así como los muertos se vuelven queribles porque dejan de agredir y competir, los crotos se vuelven queribles porque dejan de apestar. Y ahí ya es fácil. Y ahí, según quisiera tener entendido, Cachilo quiso llevar su condición de linyera de forma estricta y sin reticencias. El problema acá no era “el olor del texto” como se oyó bisbisar a viejos teóricos de la literatura francesa de los 70, época en la que Maltaneres comenzó a convertirse en su nombre de pluma; y si bien se dice él meaba las ceritas, el tema capital era el olor del autor, no del objeto obra.

Cachilo después del olor, lo que metonímicamente sería después de la muerte, se volvió un objeto más tratable y entrañable.


Tampoco va a colaborar esta cita –en el punto medio que ni separa música de sociología– pero que –no se sabe si cambiando de tema– señala lo que el arte es de una manera extensible a todos sus casos:


Los artistas son los únicos que, no teniendo que mendigar, mendigan: de todos modos, mendigan. Una excepción” *.


Manuel Di Leo

11/1/08

* Sonia (o el final)”.